El nuevo Nobel en lo suyo
Su máquina de escribir es todo lo que necesita

La soledad del escritor. El hombre y su máquina. Cita para dos. Mejor, reunión de un dúo de a uno. Máquina a la espera de unos dedos. Dedos titilantes en ese afán de escribirlo todo. Escritura de un alucinado deicida, solitario, siempre sobre una página en blanco. Esa nublada tarde barranquina en la que el Nobel Mario Vargas Llosa, nos recibió a mí y al fotógrafo Severo Huaicochea, comprobé la leyenda del escritor. Al comentarle el encargo de su amigo Félix Arias Schereiber, se distendió y me mostró los secretos de su mundo, su escritorio, sus fichas, lapiceros y “la mula”, nombre que le da a su máquina de escribir.
En su libro sobre Onetti (2), MVLl rememora una conversación con el escritor uruguayo. Dice que Onetti sintió estupor cuando le confesó que escribía con horario, cada día, bajo una estricta disciplina, como “un oficinista”. Onetti, al contrario era caótico en su escritura, antojadizo, anotaba desordenado notas sueltas y escribía cuando le venía la reverenda gana. Si Vargas Llosa mantiene una relación marital con la literatura, Onetti, era el perfecto adúltero. No obstante algo hacía cómplices a estos notables escritores. El ceremonial libresco. Ante una duda, corrían a la biblioteca y ubicaban el libro y con el lapicero en la boca y mientras con una mano sostenían la página exacta, con la otra escribían o “tecleaban” la cita correcta. Hoy no es así. Para eso existe Google, y se acabó y punto.
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